martes, 14 de diciembre de 2010

Recuerdos, cuadros, home.

Hay hogar para algunos. Allí, en el refugio del calor propio, en aquel lugar rezuma nuestro olor, nuestra piel dispersa por los rincones. Allá es donde hay cuadros. Cárceles para aquellos recuerdos volátiles. El cristal congelando el momento, los instantes, la atmósfera y los tiempos incompletos. El cristal no siempre es ni transparente ni vidrio. Puede encontrarse al reo tras la tapa arrugada del viejo tomo releído, entre papeles que sin sentido ocupan algún lugar, en la libreta que sirve de cadena perpetua, de corredor de la muerte a tantos cómo él.
Son nuestros amuletos. Nuestro recordatorio personal al futuro yo. Hacerle partícipe de lo que fuimos, de lo que quisimos, de lo que nos llenó o dejó vacíos. Al ansia de recordarnos se une el deseo de prolongar, de posponer la muerte de aquello salvaguardado, nuestras pequeñas cápsulas de tiempo. Al acercarnos y aspirar fuerte y prolongadamente podemos extraer el dulce olor de lo añorado.

Me encantaría pensar que todo lo que me sucede queda en algún rincón de mi. Me gustaría pensar que no necesito de éstas líneas para recordar los momentos vividos. Hay un miedo a dejar pasar los recuerdos al olvido. No besar de nuevo aquellos labios y dejar de ver las figuras dibujadas por la crema del espresso en la taza blanca de tantas cafeterías.

¡Cómo levantaba la cabeza cuando el plato se detenía delante suya! Mirando alrededor, mirándome a los ojos, mirando al mundo; por si alguien era capaz de reconocer la maravilla que acababa de suceder, si alguien apreciaba...”
Sólo los caracoles entienden de maravillas.




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