viernes, 25 de febrero de 2011

con algo de verguenza.


salgo y enciendo rápidamente el cigarrillo, a ver si no me destemplo demasiado. jodido frío. los cristales empañados dejan entrever el cálido interior. sonrío fugazmente al tipo que espera fuera, apoyado contra la pared. caladas rápidas, con ganas. otra mirada cruzada y me llega un -aquí me tienen esperando. -¿quién? -mis amigos. -Ah. -es que no saben dónde está el sitio este. -Ah. -han pasado de largo y están cerca de la universidad, por allí. -joder. -Sí, y yo aquí esperando, con el frío. -Ya, (y yo ya sin saber qué decir) por qué no te llaman cuando estén cerca. -Si, ya, claro, esque el otro día, joder, qué resaca... y voy, me levanto de la cama y con el pie, crack, lo piso, una mierda, ahora sin móvil, ya ves. deja escapar una risa demasiado nerviosa. -bueno, y encima llevo todo el día pintando, estoy reventado. pienso, el puto artistilla de mierda éste, a mi qué, ¿qué quiere? un: ohh! ¿y qué pintas...? -ya sabes, hay que hacerlo, ya sabes, la mujer. Tu...nunca te cases. -No pensaba. contesto mientras tiro el pitillo y huyo al calor.
al día siguiente me lo encuentro sentado en el sofá de enfrente del mismo puto sitio. Después de un rato llega una chica, embarazada. Su mujer. joder, qué artistilla ni qué mierdas. el tipo pintaba las jodidas paredes de su casa. vuelvo a mis páginas, avergonzado, pensando en su móvil roto, las paredes a medio pintar y su risa demasiado nerviosa.

jueves, 24 de febrero de 2011

Con poca lástima

Y el ratón se comió el queso. Se debió pegar un buen rato hasta soltarlo del instrumento que pretendía su muerte. Se dejó algo. Un bigote largo y tieso. Debe de ser grande, pensé antes de razonar que el tamaño del ratón no tiene porqué ser proporcional al bigote en cuestión.
Me empezaba a caer bien el bicho este. No es que tuviera algo contra él de primeras, simplemente había un ratón y no lo quería la señora paseándose a sus anchas por la cocina. No es que se lo fuera a encontrar ella; no creo que se acordase de haber cocinado jamás, no tenía porqué entrar en aquellos lugares de su casa. Para eso tenía la cocinera y la nueva chica, limpiadora o lo que fuera. Yo iba y venía con los recados y los apaños que fueran necesitando. Más por respeto al recuerdo de mi amigo, mi compañero. El padre de la señora ya murió, cómo tantos otros, y cómo yo pronto me iré. Con poca lástima -la vida vivida no contiene lágrimas de lástima-. Me levanté de la fría piedra del suelo mientras pensaba si había alguna manera de salvar al pobre roedor de su penosa situación, inevitable muerte por inoportuno. Había asaltado a la vieja cocinera y desquiciado al resto de personal en consecuencia.
En métodos de captura estaba cuando salí por el patio y casi acabo en el suelo sobre la pequeña chiquilla con su cubo y su esponja y sus trapos y sus grandes ojos asustados. Entre balbuceos se disculpó mientras le ayudé a recoger sus utensilios. La miré mientras atendía a su uniforme, descolocado, y no pude evitar recordar el cuerpo de una joven, terso, firme y tembloroso. Con una sonrisa le dije que era tan guapa como mi primer amor. No hizo más que mirar al suelo y enrojecer. Volví a mi pequeña motocicleta y recordando aquella preciosidad, mi primer amor, regresé por los caminos que había caminado con ella.
(el olor le hizo volver, el camión de la basura, un olor intenso que no se encuentra en ningún otro rincón del mundo, el rastro del camión de basura. Se estrelló contra aquel olor, denso como el mismo camión.)